Un 14 de abril el mundo perdió a un grande



Redacción.- El jueves Santo de 2014 el mundo se quedó sin el colombiano de mayor estatura mundial y el único que, a punta de imaginación, había logrado la admiración y el respeto prácticamente unánimes de todos sus compatriotas.

Tristemente, la suya era una muerte esperada. Gabriel García Márquez tenía 87 años, estaba enfermo, había dejado hacía poco un hospital en Ciudad de México, y días atrás su familia había aceptado que su estado de salud era frágil y susceptible de complicaciones. 

Al retornar a su casa del barrio El Pedregal de San Ángel, donde vivió cerca de medio siglo, hubo más silencio, cábalas y plegarias por su suerte que noticias ciertas sobre su estado. Pero desde el lunes, se sospechaba lo peor. Una semana antes había salido del Instituto de Ciencias Médicas y Nutrición Salvador Zubirán de la capital mexicana donde lo atendieron, según la versión oficial, por deshidratación y una infección pulmonar y urinaria. 


No hubo honras fúnebres y sus cenizas fueron incineradas en privado, como lo anunció un lacónico comunicado leído el jueves por la directora del Instituto Nacional de Bellas Artes, a pedido de la familia. Se avecinaba un homenaje póstumo en el Palacio de Bellas Artes el lunes 21, y no había noticias sobre el lugar donde iban a reposar las cenizas.

Las circunstancias precisas que rodean su muerte no se han hecho públicas y, en realidad, no importan. Lo único que cuenta es que se fue Gabo.

Sus colegas de muchos países, expertos, críticos y medios de comunicación de todas partes del mundo han coincidido en declararlo el colombiano más importante de todos los tiempos. Barack Obama dijo que era “uno de los más grandes y visionarios” escritores. Del mundo entero llovieron los elogios y las condolencias, marcados por palabras como “el más grande”, “el inmortal”, “el hijo del telegrafista”... En fin. Los homenajes a Gabriel García Márquez, a partir del día en que él ya no está para perturbarlos con sus comentarios socarrones y fulminantes, abundan en frases como esas. 

Pero nada más injusto y equivocado que descartarlos por consabidos. Todas esas declaraciones que invadieron los medios del mundo desde que se conoció la noticia, son expresiones de devoción, de respeto y, sobre todo, de reconocimiento. En su propia nación, el presidente decretó tres días de luto.

"Las mejores esposas son siempre las grandes amantes. La literatura es mi esposa, mi amante, mi tía, mi hija y mi abuela", dijo Gabriel García Márquez en una entrevista del año 1997 y esa idea quedó grabada para todo el mundo. La literatura como todas las mujeres que quiere o quiso, todas juntas. Ese era su pasión, su amor por las letras: leer y escribir, escribir y leer. La literatura como una totalidad infinita.

Hijo de Gabriel Eligio García y Luisa Santiaga Márquez, nació un 6 de marzo de 1927. Era domingo, el reloj marcaba las nueve de la mañana en la ciudad colombiana de Aracataca. Salió a la vida un pequeño bebé que luego fue un muchacho travieso, más tarde un adolescente rampante y un adulto voluntarioso y, finalmente, un anciano sabio y carismático. Durante su paso por este mundo, la literatura lo acompañó siempre. Como pocos escritores del mundo, escribió sin parar dejando cerca de sesenta libros.

Aún hoy parece estar vivo entre nosotros. Y más allá de la invención del realismo mágico y del el premio Nobel de Literatura, Gabriel García Márquez fue un hombre que contribuyó a que la literatura de América Latina se expanda por el mundo. Para quienes aún no se han dejado caer en su polifacética obra, los cuatro libros imprescindibles a cuatro años de su muerte.


Cien años de soledad





Se trata, sin duda, de una de las grandes obras maestras de la literatura hispanoamericana y universal y de la más importante de García Márquez. Desde su primera edición -fue publicada en Buenos Aires en mayo de 1967-hasta la fecha, se han vendido más de 30 millones de ejemplares y ha sido traducida a 35 idiomas. Allí aparece en todo su esplendor el realismo mágico que tanto lo ha caracterizado en una historia densa que atraviesa varias generaciones, lo cual la vuelve un artefacto de gran ingeniería narrativa.

El escritor y diseñador gráfico argentino Martín Cristal construyó un árbol genealógico, la brújula ideal para no perderse en esta apasionante novela.



El amor en los tiempos del cólera



Si bien el amor es un tema que el autor colombiano trata de forma recurrente, en ningún libro tiene tanta centralidad como en este. Publicado en 1985, está inspirado en el amor de sus padres.

Su abuelo, el padre de Luisa, el coronel Nicolás Ricardo Márquez Mejía, se opuso a esa relación, dado que Gabriel Eligio García, el futuro padre de Gabo, era hijo de madre soltera, pertenecía al Partido Conservador Colombiano y era un mujeriego confeso. Luisa fue enviada a vivir a otra ciudad, pero eso no impidió el cortejo con serenatas de violín, poemas de amor, innumerables cartas y frecuentes mensajes telegráficos. Se casaron el 11 de junio de 1928.



Relato de un náufrago




Se trata de un clásico que muchos leyeron durante su educación primaria. Es un reportaje novelado sobre la historia de Luis Alejandro Velasco Sánchez, un tripulante que sobrevivió diez días en alta mar. Antes de ser un libro en 1970, se fue publicando por entregas durante catorce días consecutivos en el periódico El Espectador, en 1955.



Crónica de una muerte anunciada




Publicada por primera vez en 1981, es la novela que representó un acercamiento entre lo periodístico y lo narrativo dentro de su carrera. Se destaca allí la multiplicidad de personajes y lo inquietante de la trama. Entre sus frases, esta: "No quiero flores en mi entierro, me dijo, sin pensar que yo había de ocuparme al día siguiente de que no las hubiera".